Charles Baudelaire

Nace en París, y es criado por la sirvienta de la familia. Cuando cumple seis años, fallece su padre, y su madre se casa por conveniencia con su vecino Aupick. Charles sufre un gran impacto emocional, no tiene buenas relaciones con él, a quien siempre odió. Ascienden a Aupick a jefe del Estado, y se van a Lyon durante cuatro años. Vuelven a París, y Charles estudia en el Collège Louis-le-Grand. Consigue el título de Bachiller, pero, por una falta, es expulsado, y se matricula en la Facultad de Derecho. Comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y conoce a nuevas amistades, como Gustave Levavasseur, Gérard de Nerval y Balzac. Las peleas con su familia son constantes debido a su adicción a las drogas y al ambiente bohemio. Frecuenta prostíbulos y mantiene relaciones con Sarah, una prostituta judía del Barrio Latino, de la cual se cree que le contagió la sífilis. Su padrastro, enfadado con la vida libertina que lleva, trata de apartarle de los ambientes bohemios, y le envía a Burdeos para que embarque con destino a los Mares del Sur. La travesía duró dieciocho meses. Cuando vuelve a París, recibe su herencia paterna y se independiza. Abandona el piso familiar, y se instala en un pequeño apartamento. Sigue con sus antiguas costumbres desordenadas. Reanuda su vida bohemia y ejerce de dandy. Con la misma entrega que pone al emborracharse, y al fumar hachís, se pasea por los Campos Elíseos con el pelo teñido de verde. Vuelve al ambiente de los bajos mundos. Las mujeres que llenan este periodo de su vida son pequeñas aventureras y prostitutas. Frecuenta los círculos literarios y artísticos, y mantiene relaciones con una Jeanne, una joven mulata que desempeña un papel fundamental en la vida del poeta, ya que sus mejores poemas son paradójicamente el fruto de estos oscuros amores. Económicamente va de fracaso en fracaso, gastando la fortuna heredada de su padre. Contrae numerosas deudas, y su dinero es administrado por su padrastro, entregándole una cantidad trimestral de seiscientos francos. Herido, no se repondrá de esta humillación. Privado de recursos, rehuye a sus acreedores, mudándose, escondiéndose en casa de sus amantes, trabajando sin descanso sus poemas, intentando mientras tanto ganarse la vida publicando. Conoce a Edouard Manet. En 1845, planea con Jeanne un falso suicidio en un cabaret ante un grupo de amigos, donde se hace un corte con un puñal. Su padrastro, por miedo al escándalo, le paga sus deudas y le lleva a vivir con él y con su madre. Pero pronto vuelve a vivir solo. Descubre la obra de Edgar Poe, y durante diecisiete años, va a traducirla y revelarla. Así comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica. Durante la revolución de 1848 va a las barricadas y trata de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro. Allí hace amistad con el pintor Courbet, que le pinta un retrato. Su salud comienza a deteriorarse. Empieza a sufrir trastornos nerviosos y dolores musculares. Se ahoga, sufre crisis gástricas y la sífilis contraida diez años antes reaparece. Para combatir el dolor, fuma opio, toma éter. Sufre el primer ataque cerebral. Ante su precaria salud, se va a Honfleur con su madre y a Alençon con su amigo Poulet-Malassis. Las flores del mal ve la luz en 1857. Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés le acusa de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa sale en su defensa, Baudelaire es condenado. En 1864 viaja a Bruselas. Allí intenta ganarse la vida dictando conferencias sobre arte. Mallarmé y Verlaine elogian Las flores del mal, pero Baudelaire desconfía de estos jóvenes poetas. Y no le falta razón porque, por el contrario, Los Pequeños Poemas en Prosa nunca supieron valorarlos. Su salud está minada y en 1866 sufre un ataque de parálisis general que lo deja casi mudo. Su madre viaja a Bruselas y de regreso a París le interna en un hospital. Para ayudarle a sobrellevar el dolor, sus amigos acuden junto a él a interpretarle Wagner. Un año después muere a los 46 años.

© Wikipedia y BaudelaireGaleon

Anotaciones manuscritas de Charles















A una transeunte


La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y el festón;

Ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo, yo bebí, crispado como un extravagante,
En su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
La dulzura que fascina y el placer que mata.

Un rayo... ¡luego la noche! — Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?


Desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás, quizá!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!

 
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